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Nueve años de gestación

AdvertisementAdvertisement By Ari VolovichTribune News Service | Oct 25, 2021at4:53 PM

Los días que siguieron a la noticia de mi futura paternidad transcurrían al margen de mí, como un paisaje brumoso visto desde el interior de un tren bala. Las expectativas y los temores otrora situados en la lejanía poética, adquirieron de pronto una dimensión más cruda, como suele suceder cuando se coquetea con lo auténtico. A pesar de que el embarazo era a todas luces deseado, fruto de una decisión premeditada y sopesada a lo largo de años junto con mi pareja, C, la tangibilidad del hecho me orilló a un nuevo ejercicio introspectivo, de esos que aceleran el corazón.

Lejos quedó aquella noción romántica que se aferraba tímidamente a mi idea de la paternidad, donde me proyectaba como una figura inalterable, rebosante de esa sabiduría, paciencia y amor necesarias para el sano desarrollo del futuro homo sapiens. Claro, toda teoría se esfuma cual petardo decembrino en cuanto se asoma la práctica.

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Volví a hacer un recuento de los aspectos negativos que supone traer a un ser a este mundo tan maravilloso y atroz. En primer lugar figuraba la sobrepoblación, tanto por mi flagrante contribución a esta calamidad como por representar el origen de todos los males, responsable de una buena parte de los problemas que nos aquejan: la huella de carbono y todas sus acepciones, la pobreza extrema, el agotamiento de los recursos naturales y la inevitable extensión de la fila del Oxxo.

A final de cuentas, sumar a una cría al proyecto humano implicaba exponerla a los aspectos más ruines de nuestra especie y de sus respectivas sociedades. Claro que todas las guerras libradas en nombre de Dios y las atrocidades cometidas en honor al dólar, el resurgimiento del fascismo en el mundo occidental, la vuelta del nacionalismo exacerbado, las futuras guerras por el agua y la pronunciación de las brechas socioeconómicas, también daban leña para optar por la vía anticonceptiva. Vamos, que para traer a un niño a este universo descabellado e indiferente, hay que abrazar esa negación olímpica inherente al optimismo. Sin embargo y en el fondo, las reservas y preocupaciones de carácter individual se antojaban como las de mayor peso a la hora de tomar la decisión. ¿Cómo explicarle los aspectos más obscenos del ser humano y transmitirle una visión favorable de la humanidad sin caer en la mentira?

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No obstante y a pesar de nuestra capacidad de razonar, seguimos siendo criaturas limitadas al capricho y a merced de las fuerzas naturales. En otras palabras, el narcisismo biológico puede más que el raciocinio de Newton.

Semana 6

C y yo acudimos a nuestra primera cita con la ginecóloga. Contrario a la experiencia que perpetúan el cine comercial y la literatura complaciente hasta el hastío, no sentí más que un desinterés activo al momento de contemplar aquella mancha amorfa que arrojaba el ultrasonido en el monitor. No fue sino hasta que escuché el latido de su corazón que experimenté un repentino vínculo con el eje gravitacional de la Tierra. Mis teorías de pronto habían adquirido pulso. Salí del consultorio por un cigarro largo.

Semana 12

Nueve años de gestación

Nuestro calendario ahora se regía oficialmente por semanas en lugar de meses y años. Tenía cierta lógica: cada una de ellas transcurría a la velocidad de un ciclo solar y acontecían la misma cantidad de sucesos que durante un año natural. Sobre todo para C, claramente, quien llevaba más de 12 semanas vomitando y resintiendo todos los achaques dantescos que contempla el libreto gestacional. Nunca lograré entender por qué las mujeres se disponen a atravesar semejantes avernos con tal de experimentar la maternidad. Si dependiera de los hombres, desistiríamos de tan noble empresa con la simple posibilidad de experimentar una ligera comezón en los sobacos. En fin.

Cada semana, me veía inmerso con mayor frecuencia en momentos de mi pasado que pensaba extraviados en el olvido. Y es que, aunque de manera inconsciente, intentaba reconstruir mi niñez para lograr sintonizarme con la de mi cría. Estos viajes al centro del origen, paradójicamente, servían para soterrar los residuos de la infancia perdida.

Semana 16

Las náuseas y los vómitos cesaron del mismo modo súbito en el que llegaron. C estaba entrando en lo que parecía ser un pasaje amable del embarazo.

Los resultados de la prueba de género parpadeaban en mi bandeja de entrada. Yo también tenía mis preferencias, claro, si no soy hijo de ambientalistas. Hice un nuevo balance de los pros y los contras que me deparaba el azar genético, en lo que volvía mi mujer. Agarré mi libreta y anoté:

Razones por las que prefiero que seas lesbiana

Digo esto porque en términos generales, los hombres somos bestias herméticas, al menos en lo que se refiere a la inteligencia emocional; esto acota la plenitud de nuestra experiencia existencial, lo que suele hacernos seres sentimentalmente reprimidos y, por ende: violentos y aburridos. Claro que las mujeres la tienen más difícil, pero cada infierno se mide en relación al demonio a cargo y no en contraste con otro.

Que quede claro, no estoy diciendo que los hombres seamos inferiores a las mujeres, de ningún modo. He conocido a muchos hombres nobles y mujeres viles, lo mismo que mujeres excepcionales y hombres nefastos. La miseria humana corre por un sendero distinto al cromosómico. Pero bueno, al menos en términos estadísticos, las mujeres suelen ser más decentes y consideradas, por lo que supongo que tus probabilidades de conseguir una pareja que te procure, mejorarían significativamente.

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“¡Vamos a tener una niña!”, exclamó mi mujer a todo pulmón y la puerta se azotó detrás de la noticia. Dejé la libreta a un lado y ofrecí mi persona para interceptar su abrazo.

Semana 22

En tiempos gestacionales, faltaban, en promedio, 16 años para el día del parto. C irrumpió en el estudio para decirme que contrató los servicios de una doula con el fin de aprender las técnicas ancestrales acumuladas desde la Antigua Grecia hasta la era del Tik Tok, y así sobrellevar el embarazo de la manera más saludable posible y, claro, también para contar con el acompañamiento emocional que seguramente haría falta. La primera sesión, me dijo, sería en cinco minutos.

Después de la parte introductoria, pasamos a una clase de yoga prenatal. Antes de darme cuenta, estaba sentado en una pelota gigante e imaginando, a petición de la doula, que tenía una clitorea ternatea suspendida en el centro de mi ingle. Una vez que logré resolver mis complejos más elementales y visualizar el azul profundo de sus pétalos, confieso que experimenté una sensación liberadora sin paralelos. Guardé el contacto de la doula. El orden alfabético quiso colocarla justo debajo del Díler.

Semana 30

C estaba en la recámara untando su panza con cremas y ungüentos precolombinos. Yo intentaba ponerle el punto final a un texto que se me había salido de las manos, cuando de pronto escuché un grito que a punto estuvo de provocarme un infarto. “Me dio un calambre”, exclamó C, y mi flujo sanguíneo recobró su ritmo habitual. Masajeé sus pantorrillas para aliviar el dolor y recibí el mensaje de mi amigo H, en el que me comunicaba, con lujo de detalle y exceso de solemnidad, su más reciente descalabro amoroso. Bien, pues resulta que una de las enormes e inadvertidas ventajas de la paternidad gestacional, es que los tormentos de tus amigos solteros terminan por acariciarte los oídos como la dulce brisa que corre por Chipre.

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“¡DESPIERTA, CAPULLO INSANO! EL AMOR ROMÁNTICO ES UN INVENTO QUE NOS VENDIÓ EL HOMBRE BLANCO PARA MAQUILLAR LA BURDA NECESIDAD DE LA ESPECIE POR SOBREVIVIR Y PERPETUARSE AD NAUSEAM”, escribí y borré, para luego compartirle un emoji que comunicara empatía y solidaridad.

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Semana 32

A pesar de que sólo faltaban seis semanas para el nacimiento de mi lesbiana en potencia, C y yo seguíamos sin poder ponernos de acuerdo en cuanto al nombre. Y es que se dice que los nombres son destino. Bien, pues al margen de si esta sentencia contenga algo de verdad, lo que sí era cierto es que al menos hasta ese momento aún tenía alguna injerencia en el origen, por lo que veía como una obligación ética descartar de la lista a Bernardita, Faustina y Franchesca, entre el puñado de nombres que ofrece el acotado registro civil argentino, al que tanto se aferraba C, ya sea por nostalgia fonética o por algunos atisbos patrioteros inconscientes. De la infinidad de batallas que las parejas tienen que librar durante la gestación, ésa era una que merecía, a mi juicio, una defensa feroz. Volvimos a acordar una tregua temporal, como toda tregua.

Semana 35

Regresaron las náuseas y los vómitos. La dulzura que nos envolvía cual faisanes en su nido de miel, se había desintegrado en el fondo de un despeñadero imaginario. El sufrimiento que conlleva la creación de una vida recobró su cruda esencia.

La voz jovial de la ginecóloga adquirió de pronto un tono serio tras concluir la batería de pruebas protocolarias. El líquido amniótico, nos aclaró, estaba disminuyendo y el cordón umbilical estaba apretando el cuello de nuestra cría, de tal suerte que su ritmo cardiaco disminuía de a momentos. Mi sangre se precipitó en caída libre hasta mis pies. Perdí el balance y la compostura. Las palabras de la buena doctora se antojaban demasiado gruesas para poder ser digeridas por mis oídos. Tomé asiento y apreté la mano de C, quien asimilaba la nueva información con el temple de una guerrera yazidí, lo cual me resultaba algo extraño, dado que la he visto perder los estribos con temas por demás triviales. En ese preciso momento me llegó otro mensaje de H colmado de la misma melancolía y desamor que el anterior.

La ginecóloga nos sugirió una inducción de parto a programar para el día siguiente. “Nos vemos en el hospital, chicos”, dijo con una sonrisa cálida. C salió con el ánimo decaído; había cumplido cada una de las indicaciones de la doula al pie de la letra con el fin de poder llevar a cabo un parto natural y así evitar cualquier indicio de violencia obstétrica, como el tacto o las drogas filtradas. Yo, por mi parte, me sentía muy necesitado de un anestésico de última generación.

Tomé una nota mental de mi respuesta a H: ¡CON UNA CHINGADA, YA ESTÁS BASTANTE HUEVÓN COMO PARA DEPRIMIRTE POR UNA FICCIÓN RAMPLONA! ¡SALTA DE UN PARACAÍDAS, VIAJA A UNA ALDEA SOMALÍ O PÍDELE A UN BUEN CRISTIANO QUE TE PATEE LOS HUEVOS! ¡LO QUE SEA NECESARIO PARA QUE DESPIERTES AL MUNDO DE LOS SIERVOS DEL CAPITALISMO!

25 de marzo de 2021

Después de 60 horas de sesiones prenatales que giraban en torno a las ventajas del ayurveda sobre la medicina convencional, al complot maquiavélico que malvive dentro de las drogas obstétricas y a la belleza invaluable de los partos naturales; tras 15 horas de un tortuoso trabajo de parto y de dos noches en vela, C, al igual que tantas mujeres valientes antes que ella, sucumbió a la madre oxitocina para terminar bajo los reflectores del quirófano.

Los cirujanos discutían sobre la valiente renuncia de Harry y Meghan al trono inglés a la vez que desgajaban a mi media naranja para extraer de ella a un diamante cubierto de sangre.

Mientras C se recuperaba del inmaculado milagro del nacimiento, del parsimonioso aleteo de las cigüeñas y de una incisión transversal de 5 capas de tejido, yo me limité a anotar algunos consejos dedicados a Olivia y, de paso, a cualquier criatura que pretenda sobrevivir en este plano existencial:

Aléjate de cualquier incauto que asegure poseer la verdad.

No temas a hacer el ridículo. Alégrate porque el universo es absurdo.

Experimenta mucho en el amor ya que es una disciplina.

Recuerda que lo único sagrado en la vida es la infancia.

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Procura conservar el sentido del humor y la curiosidad: son lo último en morir y el único vínculo con nuestra esencia.

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