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Se quitó el apellido del progenitor que la abusó

¿Cómo te llamás?

La pregunta más sencilla de toda entrevista es la que tiene la respuesta más difícil en el caso de Josefina. Hasta ahí, hasta el Josefina, parece fácil. Ese es su nombre. Y después se llama Ivalu, que es el nombre de una niña inspirada en el libro El país de las sombras largas, de Hans Ruesch, que trascurre en Siberia, entre esquimales amenazados por las conquistas y mujeres amenazadas por matrimonios forzados y violencias de género narradas como rituales entre la destemplanza del frío.

Su mamá, María Julia, se inspiró en esa lectura para nombrarla. Y antes del libro, Ivalu, un nombre común de niñas en Groenlandia que significa “hilo”, “fibra”, “tendón”, “ligamento” y es el material que usan los inuit para sus arcos de caza. Ese hilo también es el que lleva la lucha de Josefina a un arco que expande su pelea personal –que más personal y política que la propia identidad- a una batalla ganada que puede funcionar como antecedente para otros casos de niñas abusadas, víctimas de violencia de género, por parte de sus progenitores, y que no quieren portar el apellido paterno para no repetir en cada firma de la tarjeta de débito, pase por migraciones o examen escolar un nombre que no las marca a fuego justamente porque se quieren desmarcar.

Pero, en Argentina, si se quiere quitar el apellido paterno hay que dar una explicación ante la Justicia. Y, en la mayoría de los casos, los abusos no tienen una sentencia judicial que los demuestre por la inacción judicial, por la prescriptibilidad de los casos, por la corrupción o misoginia de fiscales y jueces o porque nunca llego a presentarse una denuncia formal. En ese sentido el caso de Josefina no se termina en su propio nombre sino que puede abrir un abanico que –más allá del punitivismo- sí abre la posibilidad de salir del lugar de víctima y rebautizarse en una algarabía bastarda pero no desamparada.

Josefina Suils se llama Josefina Suils. Y ésa es la noticia. Josefina logró quitar de su identidad el apellido de su progenitor. Y ahora se llama como los nombres que le puso su mamá y su apellido materno, sin cargar con lo que ya no tiene por qué portar como una condena contra ella y no contra quien no tuvo condena en una acusación que termino prescripta.

Ella nació el 23 de junio del 1985. Pero volvió a nacer el 13 de abril del 2016, a los 21 años, después de casi dos décadas de lucha, cuando un fallo le permitió renombrarse después de una larga lucha para poder desmarcarse de la violencia que la marcó. Y elegir su propio nombre y su propio camino.

-Para mí era una carga. No quería ser reconocida socialmente como hija de él. Me daba mucha vergüenza. No quería tener hijos para que no cargaran con ese apellido. No me representaba un apellido de alguien que me había agredido y marcó mi vida de una manera que no se puede borrar –le cuenta a Las12, desde un bar en Comodoro Rivadavia, Chubut.

En una ciudad donde el frío es parte también del abrigo en donde la búsqueda de calor a veces encierra y salir es una forma de libertad, en donde las calles se caminan cuesta arriba y el chocolate lleva nombre de viento y el mar se clava en una vista que no tiene postal pero sí horizonte, ella también siente que su vida ahora tiene un horizonte marcada por su pelea para no estar condicionada por una pisada que no eligió y que necesitaba sacarse de encima.

Se quitó el apellido del progenitor que la abusó

El 23 de julio de 2016, el defensor público Marcelo Flavio Gaeta, a cargo de la Defensoría Pública 2, de la Ciudad de Buenos Aires, le mandó los documentos al director del Registro Civil de Comodoro Rivadavia para que la inscriba como Josefina Suils, por orden del Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil Nº 83, a cargo del juez subrogante Gustavo Eduardo Noya.

-Yo me saqué varias mochilas. Primero, cuando conté el abuso. Y, después, cuando me pude cambiar el apellido –destaca con una convicción a toda prueba y la necesidad de no quedarse solo con su nombre en la punta de la lengua, sino que sea la punta para un cambio más abarcador de otra forma de nombrarse y sacarse el peso patriarcal –más que nunca- de lo que no se decide, ni se aprueba. “En realidad solo tenían que borrar el apellido”, destaca sobre lo fácil que era el trámite. Pero que la trababa, por ejemplo, a recibirse de licenciada en Genética. “No quería recibirme y que el título tuviera ese apellido”, relata. Ahora le toca defender su tesis. Mientras tanto, una vez que tuvo su documento, cambió todos sus papeles: en el banco, en el secundario, en la universidad, en todos lados. Ya es ella.

En la Argentina la pelea por la identidad es una columna vertebral, por la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, de los derechos humanos y por el derecho a la identidad de género. ¿Qué significa para vos que tu identidad no tenga que estar ligada a un abuso sexual en un momento en que los feminismos pelean para frenar los abusos?

-Para mí es una manera de empoderarme. Yo apoyé la Ley de Identidad de Género. En ese momento salía con chicas y me parecía que no tenía sentido que alguien no se sintiera bien. Es importante que uno se llame con la identidad que siente o se percibe. Y que no podía ser que mi identidad tenga que ser definida por mi vínculo biológico. Para la sociedad te define el apellido por el vínculo filial con un grupo familiar.

¿Cómo te hacía sentir tu apellido?

-Yo sentía mucha vergüenza y que era un castigo. A él nunca lo pusieron preso y tampoco me dejaban sacarme el apellido. Si yo decidía perpetuar mi línea sanguínea iba a tener que llevar ese apellido. Me parecía una injusticia.

¿Te alivió que te permitieran quitar el apellido paterno de tu DNI?

-Cuando me avisaron pegué un grito gigante. Mi marido se asustó. Vino corriendo y yo le dije "Ya se terminó todo, me dijeron que sí". Yo pensé que íbamos a tener que apelar y que iba a ser muy largo. Fue muy liberador cuando fui con el oficio al Registro Civil y lo presenté; me sacaron de nuevo la foto para hacerme el DNI y el pasaporte. Fue increíble realmente.

¿Fue empezar de nuevo?

-Sí, a partir de ese momento tengo dos cumpleaños. Ese día recibo saludos de la gente que estuvo cerca mío.

¿Por qué era tan importante ese cambio?

-Fui abusada por mi progenitor desde los tres hasta los diez años. A los once años hablé con mi mamá. El ya no vivía en la ciudad. Yo había salido abanderada y él iba a venir para ese acto. Yo no quería que vuelva. En ese momento ya sabía que las mujeres nos podíamos indisponer y que eso tenía que ver con quedarnos embarazadas y tenía miedo.

¿Tenías conciencia de ese miedo?

-Sí, tenía miedo. Y tenía miedo de contarlo como nos pasa a todas las víctimas. Él me decía que no le contara a nadie. Tenía mucha autoridad violenta. Una vez me comí un fruto con un bicho, a los cinco años, empecé a gritar y llorar y me pegó. Era una persona que te intimidaba. Cuando una crece y se desarrolla como niño hay cosas que una naturaliza y no las vive como las ves desde adulto. Él estaba separado desde los cinco años de mi mamá. Pero venía a nuestra casa cuando volvía a vernos. Yo a los nueve años me di cuenta que no estaba bien y quería detener esa situación pero no sabía cómo. Pero a los once años pensé que me podía quedar embarazada y no sabía qué iba a hacer. Fui a hablar con mi mamá y, por suerte, me creyó y no dudó ni un minuto. Ella nunca se dio cuenta porque mi mamá trabajaba en YPF (siempre fue el sostén económico de la casa) y él estaba en la casa. Fuimos a hacer la denuncia en septiembre de 1997.

¿Qué pasó con la denuncia?

-Hicimos la denuncia en Comodoro Rivadavia. Me vio un médico y una psicóloga. Y nunca más nos llamaron. Me hicieron un par de preguntas y nos despacharon. Mi mamá nunca fue querellante porque nunca se lo informaron. Era una mujer que estaba sola, que laburaba todo el día y que no tenía idea, ni tenía muchos recursos.

A las madres protectoras que denuncian siempre se les pone obstáculos...

-Sí, es un camino muy difícil. Y cuando tenía 16 años vino la policía a las doce y media de la noche a darnos una citación. Fui a declarar y me hacían preguntas dirigidas sin dejarme contar lo que había pasado. La secretaria le preguntó a la abogada, enfrente mío, sobre adónde quería llegar yo. Me di cuenta que iba a quedar en la nada porque no me dejaban decir lo que yo me acordaba del abuso. Mi declaración terminó quedando distorsionada. Y la causa terminó prescribiendo. Encima a mi mamá nunca le dieron la patria potestad mía y de mis hermanos. Por mucho tiempo sentí miedo y no tenía fuerza espiritual.

El delito penal está prescripto. Pero más allá de la condena está la posibilidad de tomar la causa de la identidad. ¿Por qué seguiste ese camino?

-Yo tenía el apellido de mi mamá y el de él, pero solo usaba el de mi mamá porque no quería que me reconocieran por ese apellido y por ser hija de él con lo que significaba en mi vida. Pasé un año reuniéndome con gente y solo me desalentaban. Llamé al Ministerio de Justicia a ver a qué oficina podía ir y me atendió un flaco que me dijo que haga un escrache en Facebook, que era lo único que podía hacer. Y yo le dije que lo que menos quería era encontrarme con esa persona o que me pudiera encontrar y que mi Facebook nunca tuvo mi nombre. Yo viví con una persecución con la sensación de una indefensión de un monstruo atrás mío porque quien te tenía que cuidar no me cuidó y quien me tenía que defender (la justicia) no me defendió.

¿Cuál es la transgresión del orgullo bastardo?

Una vez se lo conté a un hombre y me dijo “Qué extraño, con tantos que buscan ser reconocidos”. Y yo le dije que sí, que ojalá nunca me hubiera conocido. Es cuestionar el patriarcado. Yo defendí mi derecho a ser reconocida como hija de mi madre. Ella es la que me abrigó, me dio de comer y me abrazó cuando supo todo lo que había vivido.

¿Te gustaría que a otras hijas de víctimas de abuso el camino de una identidad libre de violencias les resulte más fácil?

-Ahora que ya hay jurisprudencia debería haber un camino más fácil para no recibir más “no”. El sistema judicial funciona mal, se implementan mal las leyes y no se cumplen. Tal vez hay que hacer una ley o algo más sencillo. Y que sepan que hay justos motivos para la identidad. No puede quedar a criterio de los jueces. No tenés por qué estar cargando con el apellido de tu violador, del asesino de tu mamá, de tu golpeador o del abusador. Y, quieras o no, la gente se define por el apellido. Además, si te sacás esa mochila, te sentís mejor. Y no pueden impedir que te sientas mejor cuando ya viviste cosas malas.

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