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San Julián de Cuenca y su cuerpo martirizado

En unos meses verá la luz un nuevo trabajo que he querido titular INSPIRADOS POR SATANÁS. El martirio de las cosas, el martirio de los santos y profanaciones eucarísticas en los días de la persecución religiosa en España (1930-1939), y que -Dios mediante- publicará Ediciones San Román. Con motivo de la fiesta de San Julián de Cuenca, -que celebramos hoy- os adelanto estas páginas sobre él.

Sirven de pórtico a la entrevista hecha a Montserrat Álvarez, vicepostuladora de la causa martirial del siervo de Dios Joaquín Ayala Pastor y 86 compañeros mártires de la diócesis de Cuenca, que publicaremos en unos días. El próximo primer viernes de mes, 4 de febrero, se clausura en Cuenca la fase diocesana. Gloria a Dios bendito.

SAN JULIÁN DE CUENCA (1128-1208)

Leemos en la página web de la diócesis de Cuenca que «san Julián fue el segundo obispo de la diócesis de Cuenca, a cuyo frente estuvo diez años, sucediendo a Don Juan Yáñez. Los escritos conservados se refieren a él como un hombre santo, elegido por Dios desde el seno materno (como los profetas). En la Lectura V del Oficio de Maitines se lee:

Fue un verdadero padre para los pobres, que ayudó, con su dinero y con su trabajo, las necesidades de los menesterosos, de las viudas y de los huérfanos. Empleó los réditos de su iglesia tanto en ayudar a los míseros como en instaurar y ordenar los templos; contentándose, para vivir con poco sustento que procuraba con sus propias manos. Era asiduo en la oración, con cuya fuerza, ardiendo en paterna caridad, consiguió de Dios muchas y grandes cosas a favor de su pueblo.

San Julián de Cuenca respondía originalmente al nombre de Julián Ben Tauro. Su apellido denota su ascendencia mozárabe. Distintos escritos afirman que nació en Burgos, hijo de honrados y piadosos padres. Su nacimiento estuvo acompañado de determinadas señales que daban a entender lo que sería su santidad.

Realizó sus estudios superiores en la Universidad de Palencia, de la cual fue, a continuación, catedrático. Hacia 1162, coincidiendo con la muerte de su madre, se entregó directamente al trato con Dios a partir de un retiro donde encontraría suficiente tranquilidad para entregarse por completo a una vida de fe ejemplar.

Muchos biógrafos exponen las correrías apostólicas de Julián por toda España. Tanto los reinos cristianos del Norte como las tierras musulmanas fueron testigos de su celo por la salvación de todos, y de sus afanes por reavivar o hacer nacer la fe de Cristo en todos los lugares que iba recorriendo como predicador ambulante. Por su labor como misionero, creció su fama hasta el punto de llegar a conocimiento del arzobispo de Toledo, que ofreció a san Julián cubrir la vacante del arcediano de Calatrava. De férreos principios, el arzobispo tuvo que vencer la resistencia de San Julián para que aceptase el nombramiento. San Julián se hizo cargo de la diócesis de Cuenca en 1198.

En 1201 dio un estatuto al cabildo de Cuenca, que fue acompañado posteriormente de la donación de bienes para que los canónigos pudieran acudir mejor a sus necesidades.

San Julián de Cuenca y su cuerpo martirizado

El santo se ejercitaba, en sus ratos de soledad, en los trabajos manuales, principalmente en el trenzado del mimbre y la fabricación de cestillas, un producto cuya venta aumentaba las rentas del obispado, las cuales se empleaban mayoritariamente en la manutención de los pobres. La muerte o tránsito de San Julián tuvo lugar el 20 de enero de 1208 -según la tradición, a la edad de 80 años, pero su fiesta, celebrada durante siglos en Cuenca y en los demás lugares en los que se le tiene un culto especial, se fijó el 28 del mismo mes. En memoria a San Julián y como homenaje a su caridad, el Cabildo instituyó, a principios del siglo XV, la llamada Arca de San Julián o de la Limosna, que se convirtió en una institución benéfica para atender las necesidades más perentorias de los desheredados.

QUEMADOS Y RECUPERADOS

El Altar de San Julián, también llamado Transparente fue proyectado por Ventura Rodríguez a mediados del siglo XVIII. El altar está realizado en mármol, jaspe y bronce, con medallones en alto relieve y estatuas alegóricas, obra de Francisco Vergara, de la segunda mitad del siglo XVIII, barrocas. En el año 1760 se trasladaron los restos de San Julián al nuevo altar.

Sebastián Cirac recuerda en su Martirologio[1] que «el 28 de julio [de 1936] fue saqueado el Palacio Episcopal, en presencia del Sr. Obispo[2]. Los dos días siguientes, el 29 y el 30, continuó el robo en el Palacio y se consumó la profanación y saqueo de la Catedral. Después de robar el tesoro, el dinero y las alhajas más preciosas del culto, se cebaron con las reliquias de San Julián, segundo Obispo de Cuenca (+1208).

Sus huesos fueron calcinados en una hoguera, y se llevaron el pectoral de oro con piedras preciosas que estaba encerrado en la urna, así como la plata de la misma, elaborada artísticamente el año 1695 de las vajillas del mismo metal que dio el Obispo don Diego Antonio de San Martín».

[En la hemeroteca hemos podido encontrar una foto de la urna que desaparece en 1936. Se trata de la procesión que recorre las calles de Cuenca con motivo del séptimo centenario del glorioso tránsito de San Julián. La instantánea la publica La Hormiga de Oro, el 19 de septiembre de 1908. La procesión se autorizó para el 4 de septiembre, a las cinco de la tarde, con el mismo recorrido que la del Corpus Christi].

Aunque no en el mismo lugar (unos afirman que, en las mismas naves de la Catedral, en otro lugar hemos leído que en el patio del Palacio Episcopal), sea como fuere lo que no se pone en duda es que el cuerpo de San Julián fue quemado.

Una vez terminada la guerra se pudo extraer de entre toda la ceniza que había permanecido en el lugar de los hechos, unos pocos restos óseos humanos, apenas treinta y siete fragmentos, los cuales fueron recogidos por el portero de Palacio, Manuel Torrero Lavisiera. El Sr. Obispo, monseñor Inocencio Rodríguez Díez, [que fue obispo de Cuenca de 1943-1973] encargo el informe pericial al director de la Escuela de Medicina Legal de Madrid, don Antonio Piga, y al profesor jefe de la Sección de Tanatología de Madrid, don Manuel P. de Petinto.

En su dictamen, emitido con fecha de 22 de agosto de 1944, afirmaron con rotundidad que los treinta y siete referidos fragmentos óseos recogidos guardan comparación y comprobación con los mismos que fueron llevados desde la S. I. C. Basílica de Cuenca. Rechazando como no auténticos otros fragmentos, remitidos también con los treinta y siete mencionados anteriormente, por ofrecer características muy distintas.

Estas reliquias del patrón de Cuenca fueron recogidas junto a restos de cenizas, residuos de tejidos y varías monedas antiguas en el lugar, donde fue quemado, durante la contienda civil española. El decreto de autenticidad de los restos fue firmado por parte del Obispo el 19 de octubre de 1945. Así que actualmente dentro de la urna están los huesos que se recogieron y fueron enviados a la Escuela de Medicina Legal de la Universidad de Madrid en 1944.

Por otra parte, siguiendo la versión de que fue quemado con gasolina en el jardín del Palacio Episcopal, monseñor Inocencio Rodríguez Díez, hizo levantar en el sitio de su cremación, una estatua de piedra representando al Obispo Limosnero, en actitud de bendecir a sus profanadores.

Finalmente, también se llevó a cabo una suscripción popular con el fin de encargar una nueva arca de plata, que realizó el orfebre valenciano José Bonacho David, pagada por medio de una suscripción popular en 1946, y que es la que actualmente está en el Altar del Trasparente de la Catedral de Cuenca.

[1] SEBASTIÁN CIRAC ESTOPAÑÁN, Martirologio de Cuenca (Barcelona, 1947), pág. 163 y siguientes.

[2] Se trata del Beato Cruz Laplana y Laguna (1875-1936). El 30 de noviembre de 1921, la Santa Sede le nombró obispo de la diócesis de Cuenca. Según algunas acusaciones, tras la caída de la monarquía el 14 de abril de 1931, habría tenido una participación activa en política, declarándose abiertamente no partidario del nuevo régimen republicano. Sin embargo, Antonio Torrero González, alcalde socialista de Cuenca en 1936, se pronunció en contra de estas acusaciones: «D. Cruz Laplana, como tal D. Cruz Laplana, no había nada contra él, como contra el otro señor (Fernando Español); el meterse con ellos fue por ser obispo, por ser sacerdote. Yo, desde luego, puedo resaltar que el Sr. Obispo, en política, huía de toda ella. La impresión en que se le tenía en Cuenca era que era buena persona, y no se le tenía odio alguno». Según el primer edil, que estuvo presente en el saqueo del palacio episcopal, «en el Palacio (episcopal) no se encontró absolutamente nada, ni de cartas, ni de periódicos, ni de armas, nada que pudiera ser comprometedor para el Sr. Obispo». «Mi opinión sobre la muerte de los dos (beatos Cruz Laplana y Fernando Español) es que murieron como santos». Fue beatificado el 28 de octubre de 2007.

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