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Las zonas con mayor poder adquisitivo de Madrid sufren mayor tasa de contagios de covid

Si hay algo que diferencia este momento del resto de momentos desde el invierno de 2020, es la vacuna. Es la razón principal de que, ante la explosividad de este sexto pico pandémico —que solo en los últimos siete días deja en Madrid 74.031 contagios—, el número de enfermos y fallecidos no hayan crecido, hasta ahora, de la forma en la que lo hicieron meses atrás, aunque aumentan de forma ininterrumpida y cada vez con mayor celeridad. Siempre con la incertidumbre como única certeza, los expertos creen que la Comunidad podría alcanzar la próxima semana el pico de esta ola, aunque aluden a que hay que tener en cuenta los desajustes que pueden provocar los días festivos: tanto en las nuevas infecciones que se están dando por la crecida en las interacciones sociales, como en la detección y notificación de esos contagios.

Desde que comenzó la crisis, Madrid acumula 1.133.448 positivos, el 18,9% (214.922) se han producido desde el 10 de noviembre, cuando se fijó el comienzo de la sexta ola. Ningún otro periodo ha tenido el estallido de contagios de las dos últimas semanas tras la llegada de la variante ómicron, que según los últimos datos de la Consejería, supera el 90% de las infecciones. El día que menos se reportó en esta última quincena fue el 19 de diciembre (era domingo), con 3.042; y este martes se alcanzó el máximo de toda la pandemia con 19.932 positivos notificados en 24 horas.

Con datos de este jueves, la incidencia acumulada alcanza los 2.426 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días y la positividad —el porcentaje de casos que resultan positivos respecto a las pruebas que se realizan— es del 23,3%, tres puntos por encima de la media nacional.

Boadilla del Monte, Rivas-Vaciamadrid, Las Rozas y Pozuelo de Alarcón son las poblaciones con mayor incidencia acumulada (IA) en los últimos 14 días, todas con alrededor de 2.000 casos por cada 100.000 habitantes; y en Madrid capital, son los distritos de Chamberí (2.736), Salamanca (2.587) y Centro (2.425). Son datos del último boletín epidemiológico de la Dirección General de Salud Pública, del martes. Pero no es nuevo. Desde la segunda ola, en cada una de ellas los municipios y los barrios con mayor nivel socioeconómico de la Comunidad han registrado la transmisión más elevada. No hay aún ningún estudio que haya profundizado en el por qué de esta cuestión, y los expertos, por el momento, solo pueden hacer hipótesis.

Fernando García, epidemiólogo y portavoz de la Asociación Madrileña de Salud Pública (Amasap), recuerda que “así como al principio eran los sectores socioeconómicos más deprimidos los que sufrían más los efectos de la pandemia, después ha sido al contrario”. Apunta que “quizás tenga que ver con que los contagios se dan más en ámbitos de interacción social entre jóvenes”, pero se pregunta “si es que en el barrio de Salamanca se reúnen más estos grupos que en otros lugares” o “si es que hay mayor detección”.

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Lo que dicen los datos de la Consejería de Sanidad es que es en esos territorios donde existe mayor transmisión comunitaria. Y, en cuanto a grupos de edad, se da mayoritariamente entre los de 25 a 44 (2.758 de incidencia acumulada) y entre los de 15 a 24 (con una IA de 2.576).

García añade varias cuestiones más, “todas hipótesis”, advierte, “que habría que comprobar”. Una, que “podría analizarse si en las tasas de vacunación hay diferencias por niveles socioeconómicos y edades”. Otra, “que tal vez el descrédito respecto a las medidas a seguir sea mayor en los ámbitos socioeconómicos más altos”. Y una última, “que la precaución en las interacciones sociales sean distintas por capas sociales”.

Para Joan Carles March, investigador del Instituto de Salud Carlos III, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública y exdirector de esa institución, hay olas en las que las razones pueden “parecer” más concretas e ir ligadas “al perfil de la ola”. Pone como ejemplo la quinta, “que empezó por la población muy joven, y de alguna forma población que se movía en viajes de estudios, o con amigos. ¿Y quién se puede mover más? Quien tiene mejores condiciones económicas”. En esta última, “puede” haber ocurrido lo mismo: “La movilidad extrema favorece tener muchos contactos y quien más se mueve es quien tiene más recursos. Habría que intentar saber por dónde va y dónde viene el virus, pero en momentos de transmisión como los actuales es imposible, los sistemas, en las condiciones en las que están, no tienen la capacidad de hacer ese análisis”.

En eso coincide García, que asegura que “no se ha hecho la investigación profunda que se tenía que hacer en hostelería, ocio nocturno, trabajo, ámbito educativo… Para afinar todo lo que se debería”, porque “nunca ha funcionado bien el rastreo” y, por lo tanto, “no ha habido un mapa que permitiese tener una idea mucho más clara”. Ahora, “ya no hay capacidad para averiguar esto”.

La vacunación y el autodiagnóstico dificultan la correlación

Esa curva de infecciones es una pared vertical que aún no se dobla hacia abajo; la buena noticia de esta ola es que no es tan paralela como otras veces a la de ingresos en planta y UCI y con algo más de decalaje, a la de muertos. “Obviamente, gracias a la vacunación masiva y la tercera dosis de refuerzo de las personas mayores. Es el factor más importante para que la morbilidad sea mucho menor”, afirma el epidemiólogo García.

Aunque, matiza, “queda todavía por corroborar si la ómicron es menos virulenta que otras variantes, hay que analizarlo con los no vacunados, y, aún así, sigue habiendo personas inmunodeprimidas o gente de mayor edad” a las que el virus les afecta de forma más aguda.

La comparación que el pasado martes hizo en rueda de prensa el viceconsejero de Salud Pública, Antonio Zapatero, mostraba las diferencias entre la tercera, la quinta y la sexta ola. Mientras que en el máximo de la ola del pasado invierno se registraron 7.879, de los que ingresaba en planta un 20% y en UCI un 2,8%; en verano, con 5.479 contagios en ese pico, lo hacía un 14% en agudos y un 2,31% en críticos; y en este momento, lo hace un 2% y un 0,2%, respectivamente.

Esta correlación, sin embargo, “no es del todo correcta”, dice Saúl Ares, biólogo de sistemas e investigador del CSIC, porque la comparación entre diagnósticos e ingresos no se puede hacer con ninguna otra ola. Y no es solo por el amplio porcentaje de población inmunizada —hay un 91,6% de madrileñas y madrileños por encima de los 12 años con ambas dosis—, sino por “la fiebre de los test”. Se refiere a las pruebas de autodiagnóstico de la farmacia que la ciudadanía puede hacerse en casa.

Ante el torrente de nuevos contagiados, el sistema tocó techó en la detección y la Consejería de Sanidad decidió modificar la estrategia: desde el 21 de diciembre, los resultados positivos de esos test cuentan como positivos oficiales para la Comunidad. Y dos días después, el Gobierno regional activó puntos para testear a la población con síntomas en el exterior de las Urgencias de 15 hospitales públicos. Ese volumen de detección, dice Ares, “no ha ocurrido nunca antes, y hacer la división entre casos e ingresados puede ser engañoso, porque las proporciones no son las mismas”.

Aunque la mayor transmisibilidad de ómicron ha multiplicado los contagios —tiene una R0 de entre 6 y 10, es decir, que cada infectado tiene la capacidad de pasar la enfermedad a entre seis y 10 personas, según cifró el viceconsejero de Salud Pública el pasado martes—, “hay que tener en cuenta la variable de la capacidad de diagnóstico”, explica Ares. Así, afirma, el margen tan amplio entre la razón de infectados y de personas que requieren ingreso, no es tanto como puede parecer a primera vista.

Las urgencias crecen en unas 2.500 atenciones diarias

Si se observan los números absolutos y no los relativos en cuanto a la presión asistencial, parece “bastante claro” que se van a superar los números de “las dos olas previas”, dice Ares. El 26 de abril, por ejemplo, había 2.255 enfermos en agudos y 576 en las unidades de cuidados intensivos, fue el pico de la cuarta; los hospitales tardaron casi un mes en llegar a ese número de enfermos en planta desde una cifra similar a la que registra este jueves,1.583. En críticos, donde hay ahora 226, la situación fue distinta. En aquel momento, Madrid había enlazado prácticamente la tercera ola con la cuarta y entre ambas, los enfermos graves jamás bajaron de 400.

La inmunización ha reducido “enormemente” el agravamiento de la enfermedad. Según los datos que ofreció el viceconsejero hace unos días, disminuye “un 73,5% el riesgo de ingresar en planta y un 82,1% en UCI en la Comunidad de Madrid”. La cuestión aun así, insisten los expertos, es que en un volumen tan inmenso de contagios, el porcentaje respecto a los casos que acabe necesitando asistencia será pequeño, pero en números absolutos, “serán muchos”.

Los hospitales ya lo están notando, se paralizan operaciones y se retrasan pruebas y consultas otra vez; se han prohibido ya las visitas en algunos de ellos, como en el de Getafe desde hace al menos dos semanas; y en Urgencias ha habido un aumento de entre 2.500 y 3.000 atenciones diarias desde el pasado 17 de diciembre, cuando hubo 9.457. Los que ingresan desde ahí, sin embargo, mantienen una curva estable que, en los últimos días, incluso se ha reducido levemente; aunque ha coincidido con los días 24, 25 y 26 de diciembre, momentos en los que cada año se disparan las urgencias, pero disminuyen los ingresos desde esa área.

El ‘déjà vu’

Los profesionales de Medicina Intensiva, Anestesiología, Urgencias o Interna hablan de “déjà vu”. Este miércoles, el equipo de Anestesia del Infanta Leonor recibió un mensaje en el que les informaban de que la UCI de ese centro ya estaba “llena”; que los intensivistas iban a hacerse cargo de “hasta 10 pacientes”, lo que implicaba que dos de ellos tendrían que ser llevados por anestesiólogos en la unidad de reanimación (REA). Y todo ello significaba que se paralizaran las operaciones que requiriesen ese espacio durante las guardias y que desde ese momento, la URPA (unidad de recuperación tras la anestesia) pudiese “quedar abierta por la noche con cuatro puestos”.

Esta situación, que por volumen global y en comparación con otros momentos aún no es crítica, se recrudece en el contexto de 22 meses de pandemia, con sus respectivas suspensiones de consultas, revisiones, cirugías y pruebas; con una plantilla que arrastra cansancio físico y mental y que está inmersa además en una situación laboral complicada debido a las renovaciones de más de 11.000 contratos que están en el aire, los llamados “de refuerzo covid”.

El fatalismo de ómicron: la ola que golpea cuando ya se veía el final

Eso, apunta Manuel Franco, epidemiólogo y portavoz de laEspañola de Salud Pública, llega además en un momento social distinto: “La ciudadanía también está cansada, y nos ha pillado con lo que creíamos la luna de miel de la vacunación. Los medios de comunicación, los políticos, la gente... Seguimos en shock, no estamos viendo aún las consecuencias sociológicas para la población”. Y dice que “no se puede olvidar” el ámbito que más y antes llegó a ese “estado de colapso”: atención primaria y salud pública.

“Ahí llegaron a la saturación hace tiempo, han reventado todas las costuras”. En un mes, los centros de salud han multiplicado por ocho los pacientes que tienen en seguimiento (de 1.191 a 8.561) y atienden más de 300.000 consultas diarias; hace ya dos semanas tuvieron que cancelar todo aquello que no fuese imprescindible. Y los epidemiólogos y salubristas de la Comunidad, encargados del rastreo y vigilancia de los casos, son incapaces de absorber el volumen de contactos que se están dando. “En eso sí que se parecen todas las olas”, dice Franco, “en el estado, totalmente débil, en que la Comunidad mantiene la estructura de primaria y Salud Pública”.

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