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La importancia de anteponer ‘de’ al apellido para tener pedigrí: ¿qué historia hay detrás?

Lope de Vega, Calderón de la Barca, Miguel de Unamuno, Miguel de Cervantes y sus célebres Don Quijote de la Mancha y Dulcinea del Toboso… Si continuásemos la lista, incluso más allá de la literatura, pensaríamos que no somos nadie si no llevamos el 'de' antepuesto en el apellido. ¿iríamos al Registro Civil a solicitar una preposición solo por el delirio de rozar el relumbrón aristocrático?

En muy pocos casos es genuino

Si el motivo es dar mayor lustre al nombre, más vale que antes reflexionemos bien. Es verdad que algunas personas arrastran esta partícula desde sus lejanas raíces medievales entre las que pudo darse algún gran linaje, pero la gran mayoría se fue añadiendo en el tiempo en diferentes fechas y por motivos distintos. Por tanto, el 'de' no es necesariamente sinónimo de alcurnia.

El origen se remonta a la Edad Media, cuando los nobles combinaban los apellidos paternos con el topónimo de sus dominios o haciendas. Era un modo de distinción para los diferentes linajes y grandes casas que se mantuvo en el tiempo. Si un Rodríguez conquistaba Castilla pasaba Rodríguez de Castilla. Posteriormente, las personas recién ennoblecidas buscaron integrarse en su nuevo entorno agregando la partícula a su nombre, incluso cuando no tenía nada que ver con un nombre de feudo. La posesión de un buen apellido fue desde entonces una especie de llave maestra para la vida pública.

Tantos Fernández exigían un toque de distinción

Mucho antes, en las civilizaciones clásicas de Grecia y Roma, ya se conocía la costumbre de ceder el nombre como herencia a los descendientes con el 'de' delante. Recordemos que los apellidos nacieron como necesidad de identificar no solo a la persona, sino también su pertenencia a una familiar o un lugar, aunque a veces se decidían a partir de una circunstancia o cualidad física e incluso del nombre propio del padre. Por ejemplo, de Rodrigo, Rodríguez; de Fernando, Fernández.

La importancia de anteponer ‘de’ al apellido para tener pedigrí: ¿qué historia hay detrás?

Llegó un momento en España en el que se vio necesario diferenciar tantos Rodríguez, Martínez, Álvarez o Fernández, entre otros. Entonces encontraron la solución en la preposición 'de'. Otra de las tradiciones llevó a algunas mujeres a incorporar a su apellido el del marido añadiendo el 'de' para enlazar con el suyo propio. Era un modo de cobijar bajo ese apellido a toda la familia.

Es verdad que muchos clanes y dinastías adineradas lo llevan, pero su significado no siempre hace referencia al señorío que dominaron sus antepasados. En ocasiones, es simplemente un añadido por puro capricho. Hasta el siglo XIX se cambiaba sin dificultad, lo que fue generando una especie de falsa nobleza entre algunos españoles fanfarrones y con ínfulas señoriales. Algunos, en lugar del 'de', prefirieron distinguirse con un guion entre sus dos apellidos. La costumbre de prolongarlo hasta con tres se ha ido perdiendo en el tiempo y ahora el Registro Civil lo impide expresamente. En caso de solicitarse modificación de apellidos, las uniones no pueden exceder dos palabras, sin contar artículos ni partículas.

El 'de' suena bien y, si además conseguían oropeles y falsas apariencias, no había duda en hacerlo. Unas veces se hacía con una simple adición al primer apellido y, por ejemplo, Vega pasaba a De la Vega. En otras ocasiones, bastaba con separarlo: Delafuente se convertía en De La Fuente. La última de las opciones más comunes era añadir el nombre del señorío. González de Roda, por ejemplo.

Durante la Revolución Francesa, el 'de' levantó sospechas

No obstante, la historia no siempre ha favorecido esta decisión. En Francia, el estallido de la Revolución, en 1789, obligó a muchos nobles a borrarse de un modo discreto la preposición para salvarse. Se abolieron los derechos feudales y cánones señoriales y las tierras de la nobleza fueron despojadas de su especial estatus de feudos. Aunque retuvieron sus títulos, no era el momento de vanagloriarse. Posteriormente, se recuperó el espejismo del 'de' presuntuoso y hoy se conoce como nom à particule o nombre con partícula.

La situación fue bastante caótica hasta finales del siglo XIX, momento en el que el Registro Civil empieza a regular el uso de los apellidos. Hasta entonces, la necesidad de diferenciar a los individuos para anotarlos e identificarlos de forma correcta en los registros tributarios, nobiliarios y genealógicos dio lugar a episodios bastante extravagantes.

Hoy se sabe que ni los compuestos ni la preposición son indicadores de linaje o nobleza, aunque sus ascendentes más lejanos sí lo fuesen. Tampoco su ausencia impide llevar el título. Si algo hemos aprendido es que no es la preposición lo que hace la nobleza. Funciona como un simple apéndice del nombre y hay más gente corriente con la preposición que nobles.

El Registro Civil impone unos requisitos

El procedimiento para cambiar el apellido es tan sencillo como dirigirse al Registro Civil y tramitar la solicitud. Basta con la mera declaración de la voluntad de cambio del solicitante ante el encargado del Registro. Los casos en los que se admite están regulados en el artículo 53 de la nueva ley del Registro Civil.

Es una ley más flexible cuyo hito principal es la superación de la histórica prevalencia del apellido paterno, pudiendo elegir qué apellido prevalece sobre el otro. En cuanto a la anteposición de la preposición 'de', permite la anteposición al primer apellido que fuera usualmente propio o empezase por tal. Incluye también la opción de la conjunción 'y' entre los apellidos.

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