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Isabel Allende. “Es hora de que en Chile los viejos carcamanes se vayan a su casa a jugar bingo”

“Aunque hace cuarenta años que no vivo en Chile, lo tengo metido debajo de la piel y siempre reaparece; no me cuesta nada reconstruir Chile para escribir -declaró este lunes la escritora chilena residente en Estados Unidos Isabel Allende (1942) al presentar Violeta, su nueva novela-. Sin embargo, Chile no está mencionado nunca y lo hice para que pueda volverse un lugar genérico y lectores de otros países de América Latina puedan identificarse”. Para escribirla, Allende se inspiró en la historia de su madre, Francisca Llona Barrios, y en los cientos de cartas y mails que esta le escribía a su hija. “Tengo la vida entera de mi madre, que murió poco antes del Covid, en cartas que ella me escribía todos los días -dijo la autora desde su casa en California-. Había material de sobra para escribir una novela sobre mi madre pero, cuando traté de escribirla, entendí que estaba emocionalmente demasiado cerca del personaje. Ella estuvo sometida a su marido, mi padre [el diplomático Tomás Allende Pesce], y no tuvo esa libertad económica que siempre deseé para ella”. Como su madre, Violeta del Valle es atrevida, hermosa, inteligente y con visión de futuro pero, a diferencia de ella, es independiente. “Y no hay feminismo sin independencia económica”, destacó la escritora, y agregó que le había dado a su protagonista experiencias propias. “Creo que todos los autores hacen eso, sacan de la memoria y la experiencia personal el material que usan para las historias”.

Violeta (Sudamericana) transcurre entre 1920 y 2020, entre una pandemia y otra, y narra la vida de una mujer apasionada e intrépida que llega a ser centenaria. Su lanzamiento en simultáneo en inglés y español en Estados Unidos, América Latina y España este martes representa un acontecimiento editorial. La exitosa autora, de 79 años, podría dar cátedra a sus colegas acerca del modo de contagiar entusiasmo y alegría a la hora de presentar una ficción. “Espero que les guste mi libro, a mí me encantó escribirlo”, dijo. Risueña y elegante, con ejemplares de Violeta de fondo, Allende respondió preguntas de la prensa y conversó con el director editorial de Plaza & Janés, el español David Trías, que recordó que en 2022 se cumplen cuarenta años de la publicación de uno de los best sellers de la escritora chilena, La casa de los espíritus. “Todos los que la hemos leído consideramos que es un ‘novelón’ -dijo Trías sobre Violeta-. Contiene los ingredientes de las grandes novelas de Isabel: mujeres fuertes, dominación, poder, la libertad, el amor en sus distintas acepciones y la historia de un siglo”. Recordó que Allende es la autora en lengua española más leída en el mundo.

De la pandemia de gripe española y la crisis económica de 1929 a la dictadura de Augusto Pinochet y la Operación Cóndor, pasando por las guerras mundiales, la emigración a Estados Unidos y el feminismo, la novela entrecruza hechos históricos con la vida del personaje. “Mi vida es digna de ser contada, no tanto por mis virtudes como por mis pecados, muchos de los cuales tú no sospechas -le escribe Violeta a su adorado nieto Camilo, un sacerdote jesuita-. Aquí te los cuento. Verás que mi vida es una novela”. Para este personaje, Allende se inspiró en su amigo, el sacerdote, escritor y activista chileno Felipe Berríos del Solar.

La fortaleza ante la adversidad, el humor, el erotismo y la sensualidad caracterizan a Violeta y a otros personajes femeninos de la novela, como Miss Taylor y Teresa Rivas. “El poder, la ambición, la codicia mueven al mundo, pero lo que más me interesa contar en mis novelas son las relaciones humanas, las emociones, y de todas ellas, la más poderosa es el amor, al menos para las mujeres”, dijo la autora, que contó que era muy feliz con su pareja actual, Roger Cukras, con quien se casó hace dos años; también reveló que su esposo le había aportado información clave sobre el accionar de la mafia en Miami (una cuestión que su novela aborda). “No tengo nada en común con él -confesó-. Por la pandemia nos quedamos encerrados en una casa chica por dos años en una larga luna de miel, y está funcionando de lo más bien”. La pandemia de coronavirus, además, le sirvió a la autora para “estructurar” la novela.

Isabel Allende. “Es hora de que en Chile los viejos carcamanes se vayan a su casa a jugar bingo”

Allende destacó que la protagonista siempre asume en la historia un papel activo, como cuando decide crear una fundación para ayudar a las víctimas de la violencia de género. “Hay que seguir desafiando el machismo y el patriarcado -dijo-. Solas somos muy vulnerables; juntas, invencibles”. Como Violeta, la autora está a cargo de una institución que apoya a las mujeres, la Fundación Isabel Allende. “La misión de la fundación es invertir en el poder de las mujeres, y por eso trabajamos con mujeres vulnerables en distintos programas. He seguido siendo siempre feminista y estoy encantada con lo que pasa ahora, que hay una ola de mujeres jóvenes que están haciendo cosas extraordinarias. Tengo mucha esperanza sobre el futuro y lo único que lamento es que no estaré viva para ver los cambios”.

“Empezar un libro es como lanzarse con una vela en un lugar oscuro, poco a poco vas iluminando los rincones y van surgiendo la historia y los personajes”, observó Allende sobre su método literario. “No gano nada con escribir un guion -declaró-. Aprendí a tener confianza y flexibilidad para que la historia se vaya desarrollando de manera orgánica”. También dijo que toda novela presenta encrucijadas y que los personajes deben ser consecuentes con el cambio. “No quiero que me quede una caricatura sino un ser contradictorio y complejo”.

Hubo en la rueda de prensa referencias a la situación actual de su país natal, tras el triunfo de Gabriel Boric en las urnas ante el “ultraultraconservador Kast”, como llamó al candidato de derecha. “Una nieta de Salvador Allende, una mujer joven que se crió en Cuba, será ministra de Defensa y tendrá que entenderse con las fuerzas armadas, y no nos olvidemos del pasado de las fuerzas armadas en Chile -señaló-. Estoy encantada con el gabinete de Boric, es muy diverso y tiene una intención sólida de que haya paridad de género. Y lo otro es que sean todos tan jóvenes: es una nueva generación que asciende al poder. Ya es hora de que los viejos carcamanes se vayan a su casa a jugar bingo”.

Consultada por LA NACION, la autora opinó sobre la situación de escritores y periodistas en algunos países de América Latina, como Nicaragua, Venezuela y Cuba. “Hay represión para cualquiera que proteste -respondió la autora-. Una de las primeras señales del autoritarismo es la represión de la opinión pública y eso se consigue acallando las voces que preguntan y cuestionan y que están en la oposición”. Se explayó además sobre la cultura de la cancelación. “Tal vez lo más cuerdo sería que la historia se enseñe como debe enseñarse -opinó-. No solo la historia que cuenta el vencedor, que en general es un hombre blanco, sino con las voces de los derrotados, de los pobres, de las mujeres, de la gente de color, esas voces calladas hay que traerlas a los textos de historia y a la narrativa sobre el pasado”.

Para Allende, no se deben eliminar los símbolos del pasado, sino revisar el pasado. Y dio como ejemplo la controversia que tiene lugar en Chile sobre el escritor Pablo Neruda, desde que se denunció que en Confieso que he vivido, Neruda “confiesa” una violación. “Neruda es el poeta más importante de Chile y uno de los más grandes de la historia de la poesía. Una cosa es el hombre fallado, que somos todos fallados, y otra cosa es la obra. Revisemos su vida privada pero no eliminemos su obra porque entonces no quedará nadie”, concluyó.

Así nace la protagonista de la nueva novela de Isabel Allende

Vine al mundo un viernes de tormenta en 1920, el año de la peste. Esa tarde de mi nacimiento se había cortado la electricidad, como solía suceder en los temporales, y habían encendido las velas y lámparas de queroseno, que siempre mantenían a mano para esas emergencias. María Gracia, mi madre, sintió las contracciones, que tan bien conocía, porque había parido cinco hijos, y se abandonó al sufrimiento, resignada a dar a luz a otro varón con ayuda de sus hermanas, quienes la habían asistido en ese trance varias veces y no se ofuscaban. El médico de la familia llevaba semanas trabajando sin descanso en uno de los hospitales de campaña y les pareció una imprudencia llamarlo para algo tan prosaico como un nacimiento. En ocasiones anteriores habían contado con una comadrona, siempre la misma, pero la mujer había sido una de las primeras víctimas de la influenza y no conocían a otra.

Mi madre calculaba que había pasado toda su vida adulta preñada, recién parida o reponiéndose de un aborto espontáneo. Su hijo mayor, José Antonio, había cumplido diecisiete años, de eso estaba segura, porque nació el año de uno de nuestros peores terremotos, que tiró medio país al suelo y dejó un saldo de miles de muertos, pero no recordaba con exactitud la edad de los otros hijos ni cuántos embarazos malogrados había padecido. Cada uno la incapacitaba durante meses y cada nacimiento la dejaba agotada y melancólica por mucho tiempo. Antes de casarse había sido la debutante más bella de la capital, espigada, con un rostro inolvidable de ojos verdes y piel traslúcida, pero los excesos de la maternidad le habían deformado el cuerpo y agotado el ánimo.

En teoría, amaba a sus hijos, pero en la práctica prefería mantenerlos a una confortable distancia, porque la energía de ese tropel de muchachos producía un disturbio de batalla en su pequeño reino femenino. En una ocasión le admitió a su confesor que estaba señalada para parir varones, como una maldición del Diablo. Recibió la penitencia de rezar un rosario diario durante dos años completos y hacer una donación significativa para reparar la iglesia. Su marido le prohibió volver a confesarse.

Bajo la supervisión de mi tía Pilar, Torito, el muchacho empleado para todo servicio, trepó a una escalera y amarró las cuerdas, que se guardaban en un armario para esas ocasiones, en dos ganchos de acero que él mismo había instalado en el cielo raso. Mi madre, en camisón, arrodillada, colgando de una cuerda en cada mano, pujó por un tiempo que le pareció eterno, maldiciendo con palabrotas de filibustero que jamás empleaba en otros momentos. Mi tía Pía, agachada entre sus piernas, estaba lista para recibir al recién nacido antes de que tocara el suelo. Tenía preparadas las infusiones de ortiga, artemisa y ruda para después del parto. El clamor de la tormenta, que se estrellaba contra las persianas y arrancaba pedazos del tejado, apagó los gemidos y el largo grito final cuando asomé primero la cabeza y enseguida el cuerpo cubierto de mucosidad y sangre, que resbaló entre las manos de mi tía y se estrelló en el suelo de madera.

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